El día en que el odio le ganó al fútbol

Anoche, 23 de septiembre, dos hinchas de Atlético Nacional murieron en hechos aislados al ser atacados por hinchas de Millonarios. Uno fue apuñalado en un barrio de Suba. Otro, en la estación de Transmilenio de Ricaurte. Esta mañana, la Alcaldía de Bogotá reaccionó a esas dos muertes y a otra, ocurrida el pasado sábado en Santa Cecilia, donde el padre de un hincha de Santa Fe fue asesinado al defender a su hijo de unos hinchas de Millonarios que lo atacaban. La reacción de la Secretaría de Gobierno fue suspender el Millonarios - Nacional que se debía disputar esta noche en el Estadio El Campín.


Este tweet anterior (en caso de que no salga, es un tweet de la Blue Rain que dice "Esta vez no hay piedad Muerte a los Sureños"), sólo muestra cómo el odio entre azules y verdes condujo a estos crímenes. Millonarios y Nacional son los dos clubes más grandes del país, representativos de las dos ciudades más grandes del país y con hinchadas fieles en todas partes. Pero esa misma rivalidad hace que haya muestras de odio evidentes entre paisas y rolos. Además está la historia de los 80, Gacha contra Escobar, Hernán Silva, Pimentel, el Cheque y Maturana, y todos aquellos elementos que hicieron que en el 2000, con barras consolidadas, hubiera motivos futbolísticos para una bronca notable que sólo se ha incrementado con el éxito rotundo de los verdolagas en los torneos cortos.

Es cierto también que las barras bravas están compuestas por jóvenes descastados, sin oportunidades y que se refugian en el fútbol para desfogar su ira contra una sociedad que los ignora. Así pasó con los hooligans ingleses, los barras argentinos, los ultras españoles y nuestros perri77us. Esto no es una excusa para sus actuaciones, pero sí da una posible vía de salida a la pregunta que ronda hoy: ¿cómo acabar con las barras bravas? Tal vez, si se deja de considerarlas como un apéndice de un equipo de fútbol y se las toma como pandillas (que es lo que son), se pueden dar soluciones para esto.

Internet ha dado una muestra evidente de la mayor dificultad para atajar a las barras bravas: la rivalidad se expresa en términos de odio y esos términos han sido asumidos por toda la hinchada sin distingo de estrato, nivel educativo ni ubicación. "Porque rolo soy yo", canta el descendiente de tunjanos e ibaguereños, y resuena en todo el Estadio el Campín. "Roliviano, roliviano", dice el descendiente de los indígenas nutibaras refiriéndose a los habitantes de la sabana de Bogotá, y lo retuitea la hinchada verdolaga en pleno. Este lenguaje también genera exclusión y odio. Para un sujeto enloquecido por el fútbol, incapaz de ver en él más que muestras de odio inculcadas desde los medios parcializados, las redes sociales y los grupos de Facebook,  radicalizado a más no poder por este bombardeo de información, el tipo que viene hacia él con la camiseta del otro equipo no es otra persona. Es un enemigo y hay que acabar con él.



Acabar con el enemigo fue lo que hicieron los hinchas de Millonarios que asesinaron a los tres hinchas de equpipos rivales en el transcurso de la semana. Pero el enemigo con el que acabaron no fue un equipo: fue el fútbol. Para los desadaptados cualquier excusa es válida. Estos muertos tienen el mismo origen de los tirapiedras que acabaron con el paro agrario en la marcha del 26 de agosto en la Plaza de Bolívar, que es a su vez el mismo de aquellos que cobran microextorsiones en los barrios. Todos buscan una válvula de escape. Todos buscan una excusa para ejercer su violencia. Esta vez, la excusa está en una camiseta.


Es fácil decir que el partido debería jugarse porque Millonarios y Nacional no tienen la culpa de lo que hacen sus hinchas en los barrios. Y es cierto: los equipos sólo pueden responder por los hechos que ocurren en las inmediaciones de los estadios. Pero también es cierto que se necesita un remezón de este carácter, suspender un partido que yo considero es el superclásico del fútbol colombiano, para evitar que esto se salga de madre. Parar un momento la pelota y reflexionar, antes que sea demasiado tarde, nos acostumbremos a los muertos por las barras bravas y el odio le gane definitivamente el partido al fútbol.

1 Comment:

yooooo said...

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