Este Mundial de las sorpresas

Quién lo hubiera pensado el 12 de junio.

Die besten, die Champions


Quién hubiera esperado ver hoy, en esta noche de Río, a una Alemania campeona con el fútbol más vistoso del campeonato. Claro, para muchos el equipo de Löw era favorito, pero la forma de jugar, más propia de la España del 2010 o la Holanda del 74, no es algo esperado. Die Mannschaft, la selección en donde las mayores figuras son el líbero Beckenbauer y el goleador Gerd Müller, que hizo a Klose el máximo artillero de la historia de los Mundiales a punta de goles prácticos, ahora es la defensora del jogo bonito ante el pega forte brasileño. Y funcionó tan bien que le dio para ganar su cuarta estrella, de qué forma.

Aunque también, quién hubiera esperado ese jueves, mientras 200 millones de brasileños se desgañitaban cantando el himno en simultánea a los 11 que estaban en el gramado del Itaquerao, que un mes después esos mismos once se irían chiflados luego de llegar a las semifinales raspando, salvándose de la eliminación en octavos por un palo en el minuto 119, perdiendo a su mayor figura en cuartos y recibiendo diez goles en los últimos dos partidos. Brasil fue una selección sin alma, que se quedó en el modelo de Scolari del 2002 (defiendan bien atrás que adelante los magos Ronaldo, Ronaldinho y Rivaldo lo hacen todo) pero sin magos. Solo Neymar. Y cuando Neymar hizo falta y se les perdió la solidez defensiva que daba Thiago Silva se comió 7 de Alemania, que aprovechó un accidente del fútbol y metió una humillación histórica.

Y quién hubiera supuesto que Costa Rica, en aquel momento en que iba perdiendo su debut, llegaría hasta cuartos de final. Desde el sorteo muchos le apostaron a que sería el último del Mundial: Uruguay, Italia e Inglaterra eran demasiado. Pero no. De la mano de Pinto llegaron a un octavo puesto merecidísimo, con un equipo ultratáctico, sólido en defensa y con un Keylor Navas imperial, además de los goles de Campbell. Este equipo de Pinto se merece el mote de la sorpresa de la Copa mucho más que Colombia, porque al fin y al cabo la Selección tenía los jugadores para llegar a cuartos, pero que los ticos llegaran a forzar a Holanda a los penales era algo que nadie esperaba. Excepcional el trabajo del sangileño con esos 23 costarricenses.

Y quién se hubiera esperado, luego de aquel partido en que Argentina ganó en las últimas a Irán, que llegaría a una final que perdió en tiempo extra ante la tromba alemana. El equipo de Sabella fue de menos a más, en un crescendo que hizo que el foco se diera menos en un Messi que sacó al equipo de fase de grupos pero fue en caída constante, pero que con Mascherano y Di María logró llegar a la final. La ausencia del Fideo fue letal para las aspiraciones argentinas, aunque a punta de huevos llegaron a reeditar la final del 90, con idéntico resultado: 1-0 en tiempo extra. Esta vez no hubo un Codesal, aunque todavía en la 9 de Julio deben estar gritando que era penal la falta de Neuer a Higuaín.

Y así hay más cosas. Quién hubiera esperado que a Inglaterra y España la sacaran una fecha antes de terminar la ronda de grupos; que la Holanda que empezó metiéndole 5 al campeón vigente terminara en ceros con un equipo costarricense en la semifinal; que el goleador fuera un muchacho de 23 años de Colombia en vez de una de las grandes figuras de Adidas y Nike; que Messi, a quien el Mundial se le fue deshaciendo en sus pies y terminó caminando la cancha, fuera más Balón de Oro que Robben o Müller; que Argelia llegara con un equipo lleno de franceses e hijos de franceses y Francia con uno lleno de africanos e hijos de africanos, que Iván Mejía creara cuenta de Twitter y le quedara gustando. En fin.

Y sobre todo, quién hubiera imaginado aquel 12 de junio, con la ceremonia de inauguración, que este iba a ser el torneo más emocionante, por lo menos, desde el 86. Ver a Colombia arrasando con su grupo y perdiendo dándolo todo ante el local es apenas una de las emociones que los 64 partidos jugados en 32 días, en 12 ciudades de América del Sur, dieron al mundo. Escenas como el gol de Cahill a Holanda, el de James a Uruguay, la caída de Sabella, la entrada de Tim Krul para atajar dos penales ante Costa Rica, la mordida de Suárez, los bailes de Colombia, las lágrimas de Mondragón, hacen parte ya de la historia de este rico fútbol que ya pasó sus 150 años de existencia organizada.

Desde el momento en que Marcelo anotó en campo propio el primero de los 171 goles que íbamos a vivir en la Copa Mundial de la FIFA Brasil 2014, debimos haber visto que este iba a ser un torneo lleno de sorpresas. Para Colombia estaba reservada una de las más gratas: el goleador. Ya hablé mucho en el post anterior del equipo que terminó con la menor cantidad de faltas (a pesar del partido ante Brasil), pero a James Rodríguez no le sobra ningún homenaje.

 Oeeee oe oe oeeeee, Jameeeees, Jameeeeees!

Esto no se va a repetir en Rusia, ni en Qatar Estados Unidos. Esto depende únicamente de lo que es Brasil como cuna del fútbol: incluso el miedo de los propios brasileños a un Maracanazo explica por qué la canarinha terminó tan mal. Esas condiciones que genera la historia futbolística de la tierra de Friendreich, Leonidas, Pelé, Garrincha, Zico y Ronaldo son muy difíciles de repetir. Por eso este fue un Mundial único. Y no hay que sentir tusa en el amanecer de este lunes por el Mundial que se nos fue: hay que recordarlo gratamente, como la fiesta que fue y en la que nosotros no fuimos mirones ni meseros, fuimos durante mucho rato el alma de la fiesta. En cuatro años volveremos. Y esta vez espero estar ahí.


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De la mano de José Néstor

Perdimos. Algunos dirán que nos pesó la novatada. Otros, como siempre lo han hecho los fanáticos del fútbol, buscarán echarle la culpa a un factor externo: el árbitro, la tribuna, la FIFA. Otros más estamos seguros de que a este Brasil se le podía ganar pero el primer tiempo se regaló. Todos estamos tristes, luego de ver a una Selección Colombia por la que pocos se la jugaban para verla llegar a cuartos de final perder 1-2 contra el equipo de Scolari, este conjunto que solo se parece en los colores de la camiseta a los del jogo bonito de Pelé, Zico y Sócrates. Al Lobo Zagalo, técnico de la selección campeona de México 70, le debió dar algo de ver a los sucesores de su aplanadora mandando balones al carajo con 20 minutos de juego pendientes.

Pero claro, eso lo hacían con dos goles de diferencia. A Colombia se la tragó el escenario, tal vez. A mí me recordó el primer tiempo del 3-3 contra Chile, pero en vez de la Autopista Medina, la Selección tenía a 8 jugadores perdidos y se notó. Fue el peor primer tiempo de Colombia desde justamente ese partido en Barranquilla, potenciado por un árbitro permisivo que dejó pegar y parecía que había botado las tarjetas en el avión. Hacer un recuento exhaustivo del partido es innecesario, dado que todos hemos visto y seguiremos viendo las imágenes de este juego. Baste decir que solo con el segundo tiempo y la entrada de Adrián Ramos se despertó el equipo: ahí surgieron las contras, los pelotazos de Brasil y el gol anulado (justamente) a Yepes.


Pero hicimos ver muy mal a Brasil.

Eso es algo que no podemos ignorar: Pékerman cogió una selección en la que se dudaba de que pudiéramos llegar al Mundial y se hacían cuentas de repechaje luego de empatar con Venezuela. Entramos de segundos, como top 8 en el ranking FIFA y en una discusión fuera del país sobre si era más inmerecida la cabeza de grupo para nosotros o para los suizos. Pékerman nos hizo salir de ese escollo en el que nos estábamos enterrando más y más con los mismos nombres repetidos. Le cambió la cara a la selección y por eso estamos aquí.

Estamos tristes porque se vio la posibilidad de llegar. Tal vez pagamos la novatada, tal vez nos comió la cancha, pero yo creo que en otro lado esta Colombia le ganaba a este Brasil. Y entre esos 22 jugadores (el único que no actuó fue Vargas) que nos dieron en 20 días los momentos más brillantes de la historia futbolística del país destaca James. Ese muchacho de 22 años, al que se le enredan las palabras al hablar, que al verse en la pantalla de Maracaná preguntó si era él. Ese es el emblema de esta Selección, que a pesar de Faryd y Yepes es muy joven.

Ahora le toca a la Federación Colombiana de Fútbol poner de su parte. Necesitamos que este proceso se profundice en las inferiores de la selección, que los clubes mejoren. Necesitamos que haya una mayor inversión, y yo creo que este desempeño debió dar frutos para que la Federación pueda cobrar más a sus auspiciantes. Pero, sobre todo, necesitamos ver que este proceso no se quede en anécdota, que Rusia 2018 y Qatar Estados Unidos 2022 sea el momento de entrar por la puerta grande a la historia del fútbol. Necesitamos a José Néstor Pékerman al mando de la Selección.

El proceso es suyo, director técnico. Usted le dio confianza a los James, Quintero y Álvarez Balanta cuando otros decíamos que estaban demasiado biches. Usted le dio la capacidad de unir al equipo para que no fuera como Argentina un Messi +10; acá hay 11 que juegan. Tal vez ese fue el problema hoy: Brasil destruyó el ataque colectivo y Colombia se quedó sin ideas, pero es eso mejor que ver a la albiceleste sufriendo mietras Messi se saca a 5 y pierde con el sexto. Usted, José Néstor, unió a 46 millones de colombianos y nos dio la esperanza, la ilusión de que se podía hacer algo más que ir y conocer el Maracaná, el Arena Pantanal y el Mineirao.

Se vienen dos Copas América en años consecutivos, que nos permitirán calibrarnos primero en Chile y luego en Estados Unidos, viendo para qué estamos. Pero con estos 11 que vendieron la derrota carísima hoy, Colombia tiene con qué aspirar a quitarse de encima la tara del "vinimos a aprender". Por eso no me da tristeza esta eliminación: la base está y no hay razones para creer que no podemos mejorar dentro de cuatro años lo hecho en estos 20 días. La Selección llegó a Brasil como una apuesta lejana, pero para Rusia no vamos a ser la sorpresa: seremos candidatos. De la mano de José Néstor, el cielo es el límite.

Adenda: Lamentable la lesión de Neymar en una jugada de partido. Zúñiga mereció amarilla por pegar de atrás, pero es una acción normal de juego.


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Hora de asumir nuestro lugar en el mundo

Después de 70 años de fútbol organizado en Colombia llegó el momento. Una generación dorada está a punto de enfrentarse por primera vez con la gloria y con el peso de la historia. El mejor equipo del Mundial hasta el momento, el único que consiguió más de un gol de diferencia en los cuartos, el equipo por el que todo el mundo abre la boca y dice "miren a esos 11 de amarillo", está a 24 horas de jugarse la vida ante los locales.  Llegó el momento en que los jugadores liderados por James y Cuadrado salgan a cambiar ese título de "la sorpresa del Mundial" por "la figura del Mundial".

La Selección no jugará mañana únicamente contra los once jugadores que Scolari nombró como titulares en Brasil. Jugará también contra la tradición: la camiseta que llevan puesta estos muchachos no tiene peso en la historia del fútbol, en la que Colombia es una nota al pie. Unas veces de color, como el Escorpión en Wembley, el gol de Rincón a Illigner, la melena del Pibe y el 5-0. Otras veces negra, como nos lo recuerda continuamente el autogol de Andrés Escobar y su absurdo asesinato, del que ayer se conmemoraron 20 años. Pero nunca ha sido Colombia más que eso, un comentario ("esa Alemania del 90 fue un equipazo, solo le pudieron sacar puntos los colombianos en el minuto 93").

De la mano de José Néstor Pékerman la Selección cafetera está dándole historia a la camiseta. Después de 16 años sin disputar una Copa del Mundo entró por la puerta grande: 9 goles en los tres partidos de primera ronda, el récord de Faryd, un juego colectivo y alegre como los bailes que Armero lidera para celebrar cada anotación. Uruguay salió de forma contundente y no, la ausencia de Suárez no pesó en un partido que abrió James con ese remate, en pleno Maracaná. Uno de esos goles que quedan para los libros de historia, para las carátulas de los cuadernos y para los compilados de Youtube. Un golazo con todas las letras.

Al frente está Brasil, el local, y Colombia no juega solo contra los 11 que ponga Scolari. Jugará contra los 60 mil hinchas del Castelao, los más de 200 millones de brasileños, contra la FIFA que quiere que siga en camino el dueño de la fiesta, contra la FIFA que no quiere que le estallen nuevamente manifestaciones como en la Confederaciones.

Pero Brasil no juega solo contra los 11 que ponga Pékerman. La verdeamarelha juega contra sus miedos, que son curiosamente los mismos que afectan a la tricolor: los hinchas, las manifestaciones, la gente. A eso está sumado el deseo implícito de exorcizar de una vez el fantasma de Alcides Ghiggia y el Maracanazo, que por poco se hace presente en octavos de final como Mauricio Pinilla y el Mineirazo. Y eso se multiplica al ver que a los brasileños se les dificulta crear un circuito de juego: no son capaces de enlazar a Jo con Fred, a Hulk con Fernandinho. Neymar se ha sabido echar al equipo al hombro, ¿podrá hacerlo frente al equipo con mejor juego colectivo de la Copa? ¿Será suficiente la habilidad de uno de los mejores del mundo para resistir el embate de los once cafeteros?

Colombia juega con su (falta de) historia. Aunque se pierdan estos cuartos de final, el deber estará cumplido: habremos llegado al mejor momento de la historia del fútbol colombiano. Sé que estos jugadores no se van a amilanar ante un Castelao repleto y en contra, y que mientras a Brasil lo ronda el fantasma del 50 a Colombia lo va a rondar el apoyo del Pibe, del Tino, de Willington, de Marcos Coll, de Rincón gritando el gol ante los alemanes, de 45 millones de colombianos paralizados con la bendición presidencial. Pékerman y sus muchachos van a asumir nuestro lugar en el mundo del fútbol. Y pase lo que pase, de algo podemos estar seguros: vamos a luchar hasta el último segundo para conseguir la victoria.

VAMOS, COLOMBIA, CARAJO!


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El día en que el odio le ganó al fútbol

Anoche, 23 de septiembre, dos hinchas de Atlético Nacional murieron en hechos aislados al ser atacados por hinchas de Millonarios. Uno fue apuñalado en un barrio de Suba. Otro, en la estación de Transmilenio de Ricaurte. Esta mañana, la Alcaldía de Bogotá reaccionó a esas dos muertes y a otra, ocurrida el pasado sábado en Santa Cecilia, donde el padre de un hincha de Santa Fe fue asesinado al defender a su hijo de unos hinchas de Millonarios que lo atacaban. La reacción de la Secretaría de Gobierno fue suspender el Millonarios - Nacional que se debía disputar esta noche en el Estadio El Campín.


Este tweet anterior (en caso de que no salga, es un tweet de la Blue Rain que dice "Esta vez no hay piedad Muerte a los Sureños"), sólo muestra cómo el odio entre azules y verdes condujo a estos crímenes. Millonarios y Nacional son los dos clubes más grandes del país, representativos de las dos ciudades más grandes del país y con hinchadas fieles en todas partes. Pero esa misma rivalidad hace que haya muestras de odio evidentes entre paisas y rolos. Además está la historia de los 80, Gacha contra Escobar, Hernán Silva, Pimentel, el Cheque y Maturana, y todos aquellos elementos que hicieron que en el 2000, con barras consolidadas, hubiera motivos futbolísticos para una bronca notable que sólo se ha incrementado con el éxito rotundo de los verdolagas en los torneos cortos.

Es cierto también que las barras bravas están compuestas por jóvenes descastados, sin oportunidades y que se refugian en el fútbol para desfogar su ira contra una sociedad que los ignora. Así pasó con los hooligans ingleses, los barras argentinos, los ultras españoles y nuestros perri77us. Esto no es una excusa para sus actuaciones, pero sí da una posible vía de salida a la pregunta que ronda hoy: ¿cómo acabar con las barras bravas? Tal vez, si se deja de considerarlas como un apéndice de un equipo de fútbol y se las toma como pandillas (que es lo que son), se pueden dar soluciones para esto.

Internet ha dado una muestra evidente de la mayor dificultad para atajar a las barras bravas: la rivalidad se expresa en términos de odio y esos términos han sido asumidos por toda la hinchada sin distingo de estrato, nivel educativo ni ubicación. "Porque rolo soy yo", canta el descendiente de tunjanos e ibaguereños, y resuena en todo el Estadio el Campín. "Roliviano, roliviano", dice el descendiente de los indígenas nutibaras refiriéndose a los habitantes de la sabana de Bogotá, y lo retuitea la hinchada verdolaga en pleno. Este lenguaje también genera exclusión y odio. Para un sujeto enloquecido por el fútbol, incapaz de ver en él más que muestras de odio inculcadas desde los medios parcializados, las redes sociales y los grupos de Facebook,  radicalizado a más no poder por este bombardeo de información, el tipo que viene hacia él con la camiseta del otro equipo no es otra persona. Es un enemigo y hay que acabar con él.



Acabar con el enemigo fue lo que hicieron los hinchas de Millonarios que asesinaron a los tres hinchas de equpipos rivales en el transcurso de la semana. Pero el enemigo con el que acabaron no fue un equipo: fue el fútbol. Para los desadaptados cualquier excusa es válida. Estos muertos tienen el mismo origen de los tirapiedras que acabaron con el paro agrario en la marcha del 26 de agosto en la Plaza de Bolívar, que es a su vez el mismo de aquellos que cobran microextorsiones en los barrios. Todos buscan una válvula de escape. Todos buscan una excusa para ejercer su violencia. Esta vez, la excusa está en una camiseta.


Es fácil decir que el partido debería jugarse porque Millonarios y Nacional no tienen la culpa de lo que hacen sus hinchas en los barrios. Y es cierto: los equipos sólo pueden responder por los hechos que ocurren en las inmediaciones de los estadios. Pero también es cierto que se necesita un remezón de este carácter, suspender un partido que yo considero es el superclásico del fútbol colombiano, para evitar que esto se salga de madre. Parar un momento la pelota y reflexionar, antes que sea demasiado tarde, nos acostumbremos a los muertos por las barras bravas y el odio le gane definitivamente el partido al fútbol.


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Crónicas de estadio: la hinchada partida

Minuto 43, segundo tiempo, Millonarios perdiendo 1-0, volcado al ataque, Wason Rentería recibe, tira al arco... y bota la opción más clara del equipo en todo el partido. Una parte de la hinchada en oriental, con la piedra afuera al ver cómo su equipo quedaba eliminado de forma ignominiosa de la Copa Libertadores 2013, estalla.

- Wason, Wason, hijueputa!

La otra parte de la hinchada empieza la rechifla, y comienza a gritar y a alentar a Wason. Y a putear a los que explotaron con Rentería, tratándolos del madrazo más grande que la hinchada del cuadro embajador tiene para sus miembros: "clasiqueros". Esos hinchas que arrasan con la boleta cuando se juega un partido importante como el de Corinthians que se disputó hoy y en el que sucedió este caso. Pero que cuando el equipo va mal se desaparecen.

Y esos mismos hinchas que se las dan de los mejores porque van a partidos contra Alianza Petrolera o Quindío son los 8000 que el día contra Patriotas al final del torneo 2012-1 pidieron a los gritos que se fuera Páez, trataron a los jugadores de mercenarios y cantaron el histórico "jugadores, la concha de su madre". Todavía hay varios de esos jugadores, la concha de su madre, en el equipo que perdió hoy. Uno de ellos, Wason. Además el capitán, Candelo. Y súmese a Otálvaro, Franco, Ochoa, Ganiza. Seis de once. Los mismos que fueron aplaudidos como héroes al ganar el título. Y que hoy se fueron despedidos entre aplausos y lágrimas, entre silbidos y puteadas de barra a barra. Para la muestra un tweet.

Originalmente este post iba a ser sobre las múltiples peleas entre hinchas de Santa Fe y Millonarios por redes sociales, que se han recrudecido con los títulos recientes de ambos equipos. Pero después de lo visto hoy en el Campín, creo que es mejor hacerlo enfocándonos únicamente en los últimos: con una hinchada partida y aparte sumamente agresiva,se puede hacer este mismo análisis, aunque también suceda en las toldas rojas.

En Millonarios las cosas no pintan bien con respecto a la relación hinchada - equipo. Por un lado está la comunidad históricamente "gobiernista", si se quiere, que fue la que aplaudió a López hasta que se hizo insostenible. Los que ahora celebran que Millos tiene la bandera más grande del mundo (llamada en la red social "el pañuelo de lágrimas más grande del mundo"). Y por el otro están los pendejos de oriental norte, los que putean, los clasiqueros que se la pasan echando la madre cuando un jugador se come un gol.

Yo no estoy de acuerdo con partir a la hinchada así. Obviamente hay mucha gente que no hace parte de esos dos extremos. Pero la idea es que no debería haber tales extremos! Es una hinchada que supuestamente está en el mismo lado del río, haciéndole barra al equipo. No digo que no se pueda putear, pero tampoco que el rival sea el cuchito de al lado que se frustró. Se supone que Millonarios somos todos.

Hay un conocido mío que es el hincha más crítico que Millonarios tiene en Internet. Uno de esos que no es capaz de ver un partido sin decir "estamos mal en esto", así se haya ganado 6-0: "hay que cuidarnos con esto, esto y esto". Pero cuando va a la cancha va a apoyar. Un día le pregunté por qué puteaba tanto en la red y apoyaba tanto en físico, si eso no era incoherente. Su respuesta: "claro que no. Yo voy al estadio a apoyar, si quisiera echar la madre no pagaba una boleta bien cara para ir a decir que todos son unos hijueputas." Y sí. De nada sirve ponerse a decir que uno es hincha del más grande, si se la pasa denigrando de dicha grandeza cada nada.

Nuevamente, tampoco soy una foca que aplaude todo lo que se inventan los directivos. En posts anteriores lo he dicho: Millonarios juega mal, los delanteros no la meten así corran mucho, Wason está con el arco cerrado, Candelo no da más, etcétera. Pero tratar de hijueputa a Wason, o de petardo a Montero, o de descarte a Leudo, eso sí no. La emoción no es pelea. Y ojalá ahora que se vienen dos clásicos consecutivos, la hinchada esté unida para apoyar a este equipo que, jugando como juega, con los limitantes que tiene y demás, está arriba y a tres puntos. Al fin y al cabo una cosa es el campeón vigente del Mundial de Clubes y otra el líder de la Liga Postobón...


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Una breve reflexión sobre Millonarios en la Libertadores

Cuando uno lee los comentarios en Twitter del partido que acaba de concluir, en el que San José ganó 2 - 0 a Millonarios en Oruro, parece que hiciera falta todo.Para unos el problema es de defensa. Para otros, de línea de marca. Algunos más se quejan de los volantes de armado. Y casi todos, de la ofensiva. Pero para todos es claro que este equipo de Millonarios está mal. No parece el mismo que ganó la 14 hace tres meses, ni que llegó a semifinal de Suramericana. Y no lo es.

A este Millonarios que arrastró su paso con más pena que gloria por la Libertadores le faltó alma. Garra. Esa garra fue la que mostró cómo pudo voltearle el partido a Gremio en Bogotá. La que llevó a los suplentes a ganarle un partido complicado al Tolima, mientras los titulares sufrían con Tigre. Y esa garra quedó ausente desde el primer momento, cuando se perdió en un mal partido con Xolos.

Que no hubo los refuerzos esperados, es cierto. Debía haber un reemplazo para Máyer Candelo, y un lateral que hiciera más que Luis Mosquera o Martínez. Pero no se puede decir que Freddy Montero, Dawling Leudo o Rufay Zapata sean pintados en la pared. Y aun así, de nada sirve esto si Montero se queda parado, si Hernán Torres se casa con Wason Rentería y Robayo, si no se sabe la posición de Leudo. Ahí también está Ánderson Zapata, que ni lo han puesto. Y la base de la 14 se mantiene, más allá de la salida de Cosme y Omar Vásquez.

E igual, este equipo que perdió sin ganas, sin orden, sin vergüenza, es el mismo que en estos momentos va de sexto en la liga, con el mismo puntaje del cuarto y un partido menos. Eso no es un atenuante. Un equipo como este, que se dice grande, debe revalidarlo, y sinceramente hoy jugó muy mal. Eso se aceptaría de un Pasto cuando en el 2007 llegó a la Libertadores y se fue sin sacar un punto, pero de Millonarios no. Por eso tanta gente se burla hoy. Porque se espera de este equipo que tenga, si no nivel, al menos garra. Que se pierda, pero no porque no se hizo nada. Millos perdió porque no hizo nada.

Queda la Liga Postobón, y la Copa. Queda la oportunidad de ir por la 15, y volver el próximo año a la Libertadores. Pero también debe quedar la experiencia que un equipo debe validar su grandeza continuamente, y no es más grande porque tenga un grupo de gente gritando que son lo mejor cuando acaban de ser bailados por un equipo de la peor liga de América del Sur. Y si Millonarios vuelve, que no llegue a asustarse ante las cámaras de Fox Sports. De eso fue capaz en la Suramericana 2007. Y en la 2012. Si se da una Libertadores 2014, lo mínimo que uno espera es que no se los trague el miedo escénico. Y que hagan lo posible para mostrar una grandeza. Para hacer crecer esos laureles reverdecidos en los últimos dos años. En fin, para que se vuelva a hablar del Ballet Azul como un gran equipo y no como un chiste de páginas de memes.


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Caballito dopado

La entrevista de Lance Armstrong a Oprah Winfrey de hoy develó un rumor que circulaba a gritos en el ciclismo mundial. El ciclista estadounidense, que venció al cáncer de testículo para ganar siete Tours de France, confirmó que sus victorias en tierras galas fueron impulsadas por el dopaje. EPO, transfusiones, Mercia, cualquier cosa que sirviera para aumentar el rendimiento fue usada por el equipo US Postal para que su líder venciera en el Tour. Y hoy, ante Oprah, reconoció lo que no había querido reconocer ante los jueces de la USADA (Agencia Antidopaje de Estados Unidos), que lo despojaron de sus títulos. 

Las implicaciones de que Armstrong haya reconocido su dopaje van mucho más allá de una entrevista a una estrella mediática como Oprah Winfrey. Lance está advirtiendo que el uso de sustancias potenciadoras del rendimiento es una cosa que, lejos de los esfuerzos de la Unión Ciclística Internacional, Amaury Sports (el grupo organizador del Tour de France y de muchas otras carreras en Europa) y la WADA, sigue vigente en los equipos ciclísticos, e incluso deja un manto de duda sobre la propia UCI. ¿Cómo pudo una organización tan meticulosa en apariencia, luego de los casos del equipo Festina, Floyd Landis y la Operación Puerto, dejar pasar lo que sucedía en el US Postal? Si hubo complicidad de la UCI, no se sabe aún.

Lo cierto es que el ciclismo queda muy mal parado. Armstrong dice que es imposible ganarse una carrera así (lo que no sólo incluye al Tour, sino a las otras dos grandes, el Giro de Italia y la Vuelta a España) sin tomar pastas. Y por las experiencias de años pasados, parece ser así: Alberto Contador ya sufrió una suspensión por dopaje. Jan Ulrich, uno de los principales rivales de Armstrong en esos Tours, cayó en la Puerto, tal como Alejandro Valverde, Iván Basso, Santiago Botero, el difunto Marco Pantani y dos equipos enteros. Michael Rasmussen y Alexander Vinokourov (medallista de oro en ruta de Londres 2012) fueron retirados del Tour 2007 por transfusiones. Y así.

Y eso va mucho más atrás: en los 60 las anfetaminas eran las drogas elegidas para mejorar la capacidad y la resistencia de los ciclistas, llegando incluso a matar a Tom Simpson por deshidratación. Un examen en 1974 de anfetaminas agarró, entre otros, al histórico Eddy Merckx. La ilegalización de las anfetaminas hizo que otros se doparan con cortisona y demás esteroides. Y luego llegó la era de la EPO, las transfusiones y demás mecanismos para que la sangre se oxigene más rápido y tenga mayor capacidad de transportar oxígeno, mediante un aumento de los glóbulos rojos llamado "factor hematocrito".


Por otro lado, esto se puede lograr de forma natural, y es parte de la explicación del poder de los ciclistas colombianos en las montañas. Mi padre, que es docente de educación física, cuenta que un día apareció en Tunja gente de una agencia de dopaje con los abogados de un ciclista colombiano (mis excusas: no recuerdo el nombre del ciclista) al que acusaban de usar transfusiones de sangre debido al factor hematocrito elevado que tenía. Los abogados argumentaron que esto se puede conseguir naturalmente y se fueron a Paipa a probarlo: cogieron gente al azar en la plaza y les tomaron una muestra de sangre. Y todos, desde el niño de colegio hasta la vieja campesina, tenían un nivel de factor hematocrito que envidiaría Andy Schleck. No les quedó más remedio a los miembros de dicha agencia que dejar de importunar al ciclista.

El caso es que estas ventajas naturales no las tienen todos los ciclistas. Y si bien se puede decir que es injusto que un ciclista pueda contar con un factor hematocrito alto por haber nacido en suerte en Cómbita o Chocontá, lo es más que un deportista se "ayude" a punta de medicinas y transfusiones que pueden dañar su salud: una sangre con hematocritos altos es más espesa y, por ende, tiene mayores probabilidades de provocar infartos o embolias. Y al final de cuentas, la idea del deporte es que gane el que hizo su mejor esfuerzo, no el que consiga el mejor médico o el que tenga más plata para esconder su dopaje.

En este sentido, el ciclismo está en crisis. Este cuadro de Wikipedia muestra cómo los top 10 del Tour de Francia entre 1998 y 2012 han sido en su gran mayoría vinculados a, acusados de, o miembros de redes dedicadas a doparse. Y un deporte que ha mostrado grandes hazañas, entre las que se incluye la aparición de un sobreviviente de cáncer entre sus figuras, no puede presentarse como una carrera de científicos contra agencias, una suerte de juego de policías y ladrones para dopar gente y ponerla tres semanas a montar cicla por Europa. Esto es un remezón muy fuerte a las estructuras ciclísticas, y como aficionado a los caballitos de acero, quisiera pensar que va a servir para evitar que las carreras las ganen los caballos dopados.


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